Juan M. García Jorba. "Diarios de campo". CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas). Colección "Cuadernos Metodológicos", nº 31. Madrid, 2000. pp.244
#26 y 27
Redactar un diario de campo cumple otras funciones útiles para el investigador/a. Adquirir distancia y perspectiva es importante para alcanzar el equilibrio personal. Pero también posibilita la eficacia de la labor intelectiva. Los diarios de campo constituyen un espacio privilegiado para desarrollar las aptitudes descriptivas y analíticas, así como para pensar con libertad. La diferenciación entre notas de campo y notas temáticas tiene sentido a la hora de ejecutar una distinción descriptiva y formal de contenidos, pero las dos se inscriben en el desarrollo de la investigación de forma articulada. Las dos tienen su lugar en el diario de campo. Aunque existe la tendencia a diferenciar de forma secuencial -estocástica- las actividades de descripción y análisis, se trata de un orden procedimental que no suele coincidir con la forma de actuar cuando se investiga. Toda descripción lleva en sí el germen de su análisis, o cuando menos de su interpretación potencial. En ocasiones, surgen ideas, esbozos de hipótesis, posibilidades a explorar, mientras se desarrollan las notas tomadas durante el día. Las ideas aparecen en la medida en que se actúa reflexivamente. Esperar la iluminación es arriesgado. Es más conveniente trabajar, y avanzar posibilidades de lectura del material conforme se registra. Concebir el diario de campo como un ámbito en el que descripción y reflexión se aúnan permite además superar los condicionamientos formales que exige la redacción de artículos o libros. Es lícito, incluso, considerarlo como un espacio para pensar sobre lo que se lee. Un diario de campo prosigue mientras dura la investigación. Sus posibilidades persisten una vez finalizado el contacto con los/as informantes.
Todo diario recibe su nombre de la disciplina que comporta su redacción. Se debe escribir día a día. Pero no siempre se logra. A veces, el flujo de información parece que se estanca. Las observaciones, las declaraciones, se vuelven repetitivas. La frescura de las primeras aproximaciones y la capacidad de identificar aspectos sorprendentes va disminuyendo conforme avanza la investigación. Hay días en los que es difícil encontrar algo sobre lo que escribir. La monotonía impera. Esos días constituyen una buena ocasión para releer el diario. Su revisión permite refrescar la memoria, recordar detalles que pueden sugerir nuevos enfoques y estrategias para proseguir la investigación. Volver al diario de campo permite detectar regularidades en las reacciones ajenas, modos ineficaces de proceder, que en el momento de redactar pasan inadvertidos. Posibilita también identificar vacíos, carencias, que de otra forma tardarían en descubrirse (Taylor y Bogdan 1998). Desde esta perspectiva, el diario es una herramienta que permite controlar el curso de la investigación y reorientar su sentido, lo que le aproxima a los dietarios propuestos por la tipología de Sanjek. Ese ejercicio de relectura abre la posibilidad de reconocer la forma en que evolucionan las notas mentales del investigador/a. Los planteamientos iniciales suelen caracterizarse por una cierta ingenuidad. La forma de concebir el objeto de estudio se transforTna. Mejora con el tiempo. El diario constituye el testimonio del proceso de maduración intelectual y analítica de quien lo redacta.
La concepción compleja del diario de campo permite considerarlo como el eje que articula las dimensiones empírica y teórica de la investigación. La investigación se construye en, y a través de, el diario de campo. Como ínstrumento, presenta también utilidades de alcance más general. El 20 de julio de 1919, Josep Pla reflexiona en su Cuaderno Gris: «Estos papeles me sirven para aprender a escribir». Esa es una de las funciones que cumple un diario. La escritura es parte fundamental de la profesión de investígador/a. En torno a ella se combinan técnica y creatividad. Hay personas reticentes a escribir. Nunca encuentran el momento: el papel en blanco genera vértigo. A veces están a la espera de la inspiración. Es una estrategia equivocada, ajena a la idea de Picasso de actuar para que cuando venga la inspiración te encuentre trabajando. Se aprende a escribir escribiendo... y sobre todo reescribiendo. La escritura participa activamente del acto creativo. La experiencia de muchas personas de tener ideas cuando hablan, pero no cuando escriben, es cuestión de hábito. Vigotski (1988) señala que el uso del lenguaje supera el de mera vestimenta expresiva. Lenguaje y pensamiento están estrechamente unidos. La plasmación expresiva del pensamiento permite su reorganización y modificación. Se aprende a pensar pensando, pero también escribiendo. En el diario se escribe lo que se ve y escucha. Se escribe también lo que se interpreta, y lo que no se entiende. Esforzarse por delimitar qué es exactamente lo que desconcierta, o lo que no se sabe expresar, da pie a plantearlo de un modo más accesible al análisis. Dar forma a las propias dudas perfila opciones para solventarlas. Existe el riesgo de concebir el diario de campo como un almacén desestructurado de descripciones, análisis fragmentados, y manifestaciones emocionales. Es una forma inadecuada de proceder. Un diario requiere un míni-mo de forinalización en su redacción. Lo mismo sucede con las notas y otros documentos (Hammersley y Atkinson 1994, Ruiz Olabuénaga 1996, Sanjek 1990, Taylor y Bogdan 1998, Whyte 1984). Investigar requiere organizar y prever; también capacidad de adaptación (Pons 1993).
Brigantinus-Quora
Hace 7 años
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